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Desatando al Soberano

Columna: Desatando al Soberano

Por: Elías C. Quintana Matías para QiiBO.com

En Puerto Rico tenemos harto memorizado el tropo de que “votamos no por el mejor, sino por el menos malo”. Para ser justos, sí, algo de eso hay. Bueno. Mucho de eso. Pero no es menos cierto que las conductas electorales de las personas están mediatizadas por lo que permite o no permite el sistema electoral. Entonces, los electores ejerceremos nuestro derecho al voto enmarcados en esas posibilidades.

El Preámbulo de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico postula que los poderes de “[e]l gobierno del Estado Libre Asociado de Puerto… estarán igualmente subordinados a la soberanía del pueblo de Puerto Rico,” sin embargo a veces los mismos mecanismos destinados a canalizar esa soberanía del pueblo son más eficientes como ataduras que como facilitadores de la participación pública. Gracioso, dado que la Carta de Derechos establece que se debe proteger al ciudadano “contra toda coacción en el ejercicio de la prerrogativa electoral.” [énfasis añadido].

Pero, ¿qué de la coacción causada por el mismo diseño del sistema electoral? Aquella que hace que renunciemos a pensar cuál es el mejor candidato, y que la pregunta se plantee en términos de ¿cómo invierto mi voto de manera que pueda obtener el mejor rendimiento?

Para contestar, hay que tomar en cuenta una serie de factores. Las preferencias políticas propias, las plataformas de gobierno de los candidatos que concurren a la elección, la disposición a llegar a compromisos que se tenga, el desempeño pasado de los funcionarios que se presentan al evento electoral, etc. Sin embargo, también pesan en el ánimo factores que no tienen que ver con la calidad de los candidatos y las preferencias propias. Me explico presentando el caso propio.

Me pasa bastante seguido, por no decir siempre, que al emitir el voto de acuerdo a mis preferencias y lo expuesto por los candidatos, me encuentro votando por candidatos cuyas probabilidades de elección son de pocas a nulas. “Ah… ¡Qué buenas ideas! ¡Qué articulado! Pero no va a ganar…” Vamos, que estoy seguro que lo han pensado. Y entonces, pensando que es mejor no “botar el voto”; mucha gente va y lo emite a favor de un candidato que no es el que preferirían, pero es «la última esperanza», el único que se presenta con posibilidades de derrotar a un contrario de definitivamente NO quisieran bajo ningunas circunstancias. En nuestro caso, eso invariablemente se refiere al candidato del partido mayoritario contrario al que se encuentre en el poder.

Es generalmente aceptado como cierto que en Puerto Rico existe un alto grado de identificación incondicional con los partidos políticos [léase, fanatismo] y que mucha gente va a votar por el candidato de “su” partido sin importar lo que pase. Sin embargo, también debemos tomar conocimiento de factores estructurales que refuerzan esa conducta o que llevan a personas no identificadas con los partidos a votar estratégicamente y “prestar” su voto a uno u otro candidato.

Ya anteriormente tocamos someramente los males del sistema electoral de pluralidad y distritos de un solo miembro en la arena legislativa. Ahora vamos a mirar el impacto que este tiene en la elección del Primer Ejecutivo del país.

La condición para ganar una elección se encuentra consignada en la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, Artículo VI, Sección 4; y lee: “Todo funcionario de elección popular será elegido por voto directo y se declarará electo aquel candidato para un cargo que obtenga un número mayor de votos que el obtenido por cualquiera de los demás candidatos para el mismo cargo.” O sea, que de acuerdo a la misma Constitución, aquello de que “la mayoría manda” no es tan así. La pluralidad manda.

Hagamos un ejercicio mental de acuerdo a esa condición. Sean tres partidos llamados A, B, y C. Sea que sus candidatos a gobernador obtienen respectivamente el 35%, 34% y 31% de los votos. El candidato del Partido A habría ganado la elección, a pesar de que el 65% de los electores le votaron en contra. Bien democrático, ¿no?

Hagamos otro ejercicio con otras cifras. El candidato del Partido A anda cerca del 45% en las encuestas. El candidato del Partido B anda cerca del 40% en las encuestas. El candidato del Partido C anda cerca del 15% en las encuestas. Yo, elector, pienso que el candidato del Partido C es el más capacitado y tiene la mejor plataforma. Podría vivir con el del Partido B, aunque no lo prefiero. Pero absolutamente detesto al del Partido A y creo que una victoria suya sería ruinosa para el país. ¿Cómo creen que terminaré votando?

Este es un asunto que no tiene respuestas fáciles. No hay mecanismos perfectos. Concedido. Pero hay otras formas de hacer las cosas que quizá valdría la pena probar.

Una alternativa sería alterar la condición de victoria a de una mayoría, la obtención de la mitad más uno de los votos, e implementar una segunda ronda de votación en las ocasiones en que esta no se obtenga. Claro, ese es un sistema que también tiene sus problemas, pero tiene menos incentivos perversos que el que tenemos actualmente. Además, sería menos arduo en las conciencias de los electores que muchas veces se ven coaccionados por la coyuntura a comprometer sus principios políticos a la hora de votar con tal de “evitar que gane el malo”. Al menos tendrían un segundo turno al bate luego de emitir su voto a conciencia. Y quién sabe… Quizá una vez librados sus electores de las presiones indebidas, su candidato llegue a la segunda ronda. Por otro lado, ayudaría a los partidos minoritarios a mantener su relevancia política y tener oportunidad de crecer. Liberados sus electores del miedo a “botar el voto” y la necesidad de enmascarar sus verdaderas preferencias debido a conveniencias coyunturales, la conservación de la franquicia electoral del partido probablemente sería menos complicada.

En tiempos en los cuales ha comenzado a sonar la posibilidad de una Asamblea Constituyente limitada destinada a transformar la composición de la Rama Judicial, tal vez deberíamos ampliarla y darle un “overhaul” al sistema entero.

¿Qué creen?

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