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Reseña de Black Mirror y su tercera temporada

“Si la tecnología es una droga – y se siente como una droga – ¿cuáles, precisamente, son los efectos secundarios?” Así dijo una vez Charlie Brooker, creador de Black Mirror, sobre su fascinante antología de “tecnología mágica”. En la tercera temporada, los efectos son más intensos que nunca.

Aunque comenzó en Inglaterra en el Canal 4, Black Mirror regresa de la mano (y el apoyo económico) de Netflix, quienes demuestran una vez más la apertura a perspectivas distintas. Esta tercera temporada de Black Mirror no se hubiera podido hacer en ningún otro lado, ni siquiera HBO.

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En sus nuevos seis capítulos, el espejo negro nos transporta a esos futuros no muy lejanos con temas de tan distintos rango como el amor, la religión, la espiritualidad, la crítica más acida que he visto al sistema corporativo-militar, la guerra, el trato a los veteranos, la obsesión con la popularidad, y las consecuencias de nuestros actos.

Aquí la crueldad y ternura humana caminan juntos de la mano; la misma serie que me deja con nauseas al final de un episodio (Shut up and Dance), me saca lágrimas de simpatía 55 minutos más tarde con el siguiente (San Junipero, la historia de amor más hermosa que verán este año)…y nauseas de nuevo en la próxima (Hated in the Nation).

Black Mirror

Bryce Dallas Howard en Nosedive

Al igual que las anteriores dos temporadas, Black Mirror funciona de forma antológica. Cada episodio es una crónica aparte, prácticamente películas de una hora. Gracias al empuje económico de Netflix, Brooker tuvo más recursos que nunca para traer a la realidad sus sueños y pesadillas de un mundo donde la tecnología avanza más rápido que la moral humana, mientras pinta un futuro que se siente demasiado real.

Black Mirror es el trasfondo de todas presentaciones optimistas de las compañías tecnológicas. Cuando el CEO de una compañía –sea de video juegos, computadoras, o comunicaciones- presenta un producto que “cambiará el mundo”, Brooker nos muestra el uso cínico de esta, en una forma tan orgánica, que no cabe duda que así ocurra.

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Una vez más, Brooker llena sus episodios de talento conocido y en ascenso. Tanto a nivel de directores (Joe Wright, Dan Trachtenberg), como actores (Bryce Dallas Howard, Gugu Mbatha-Raw), estos creativos se lanzan a presentarnos estas historias sobre la humanidad y su dependencia en la tecnología, la moralidad, la hipocresía, el amor, la dependencia, y mucho más.

Cuando Netflix anunció las dos temporadas, muchos temieron que Black Mirror se “americanizaría” perdiendo el tono cínico y seco que la caracteriza. La diferencia se siente mayormente en una preferencia por la acción que los momentos dramáticos aunque, sospecho que los recursos económicos que Netflix puso en las manos de Brooker tuvo más que ver que decisiones creativas. Por lo demás, todo está ahí: el cinismo, la visión oscura de la tecnología, el humor raspante.

Black Mirror S1 EP5-6

La perspectiva de Brooker del futuro podrá ser deprimente pero, nos obliga a dar una fuerte mirada a donde estamos, quienes somos, como especie, a donde podemos llegar y que podríamos hacer para evitarlo, antes que esa adición nos consuma por completo.

Servicios como Netflix se inventaron para cosas como estas; si no ves Black Mirror, estás desperdiciando el dinero que pagas por la suscripción mensual. Absolutamente recomendada.

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