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Crítica: Chambers no se decide como quiere asustarte

Una de las razones por la que Netflix continua siendo el líder en servicios de transmisión digital es su apertura todo tipo de experimento creativo. La estrategia funciona bastante a favor de ellos pero, en casos como Chambers, me hace pensar que, después de todo, la intervención de un estudio o ejecutivos controladores quizás hubieran ayudado a mejorar el producto.

Sasha (Sivan Alyra Rose) es una típica adolescente estadounidense viviendo en Nevada cuando una noche, a punto de tener relaciones íntimas por primera vez con su novio TJ (Grifin Powell-Arcand), sufre un ataque al corazón que casi la mata, si no fuera por recibir el corazón de Becky Lefevre (Lilliya Reid), una adolescente de alta clase fallecida la misma noche por suicido.

Otra cosa de Becky que Sasha recibe es la atención de los padres de la fallecida joven, Nancy (Uma Thurman) y Ben (Tony Goldwyn), quienes llevan el luto de su hija en carne viva, mientras lidian con la recuperación de su otro hijo, Elliott (Nicholas Galitzine), hermano gemelo de Becky y adicto a drogas, quien hace todo lo posible por caerle mal a todos los que crucen su camino. Los Lefevre logran introducirse más en la vida de Sasha ofreciéndole una jugosa beca para que estudie en la lujosa escuela superior de Crystal Valley –con zonas para tomarse una siesta y wifi hasta en el techo.

Sasha ha sido criada por su tío Frank (Marcus LaVoi), luego de ser abandonada por su madre, también adicta a narcóticos. Sasha, TJ y Frank son “Diné”, el verdadero nombre de la tribu nativo-americana conocida como los Navajos. Sin embargo, Sasha y Frank son “manzanas”, apodo despectivo que los Diné viviendo en la reservación les dan a los miembros de su sociedad que prefieren mantenerse en la populación estadounidense.

Cuando Sasha comienza a tener visiones sobre Becky, el misterio se profundiza a medida que se envuelve más con los Lefevre, quienes son parte de una comunidad de alta clase de “Nueva Era”, queriendo curar los dolores del alma con piedras y energía que con tratamientos clínicos convencionales.

Chambers me da la impresión que Netflix quería tener una serie como Twin Peaks pero en algún momento le dijeron a los productores que “no la hagas tan difícil”. El resultado es un intento que se queda corto de alcanzar su máximo potencial al mantener en la cuerda entre accesible y profundo.

Hay unas cuentas buenas ideas en el aire; Sasha entrando en el mundo de los Lefrevres a través de Crystal Valley es una ingeniosa forma de comentar como las comodidades que dan tener dinero seducen y absorben clases más bajas, mientras altas sociedades consumen enseñanzas de otras culturas sin exigir comprenderlas. Es fácil imaginarse a Gwyneth Paltrow codeándose entre el círculo social de los Lefevre, jurando las propiedades “mágicamente curativas” de sus costoso cuarzos y aceites esenciales.

Chambers también intenta subvertir el género al presentar los elementos sobrenaturales saliendo del mundo de los Lefevre, en lugar de los nativos americanos como estereotípicamente han hecho en este tipo de historia.

Los primeros dos episodios son los más efectivos, gracias a ser dirigidos por Alfonso Gomez-Rejon, quien ha afinado su estilo luego de trabajar American Horror Story, programa que, con todos sus defectos, siempre ha sido efectivo en establecer atmosferas inquietante.

Del tercer episodio en adelante, lamentablemente la serie se derrumba y nunca se recupera, mayormente porque sus episodios en el medio cometen un grave error: son aburridos. En parte porque la trama no justificaba tantos capítulos, y en otra parte porque nunca se tira de pecho a lo que propone, tratando de mantenerse en territorio más dramático que horror, consiguiendo ninguno.

Para lo mejor que sirve Chambers es demostrar lo terriblemente desperdiciada que ha estado Uma Thurman. La excelente actriz da uno de los mejores trabajos que he visto en lo que va del año y solo me queda esperar que encuentre un mejor vehículo en el futuro.

Véala a su riesgo.

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