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Crítica de Da 5 Bloods: Una Guerra que nunca acaba

Hay directores que intentan enviar un mensaje de la forma más disfrazada posible, y entonces está Spike Lee. No es que el hombre haya sido alguna vez la imagen de la sutilidad pero, a sus cincuenta y pico de años, está lanzando sus zarpazos mas filosos desde Do the Right Thing – primero con la excelente BlackKklansman (a la que le robaron el Oscar de mejor película) – y ahora con Da 5 Bloods, una producción con la discreción de un marronazo a las 3:00am.

Spike tiene par de cosas que decirte con esta película; siéntate, cállate y escucha.

No todo lo que intenta en Da 5 Bloods funciona pero, lo que si (y es la mayoría), golpea como patada en el estómago, sacándote la bilis.

Cuarenta y cinco años después del fin de la guerra de Estados Unidos en Vietnam, cuatro exsoldados regresan para buscar los restos del quinto miembro de la escuadra, que murió durante una batalla. Ellos son Paul (Delyou Lindo), Otis (Clarke Peters), Melvin (Isiah Whitlock Jr.) y Eddie (Norm Lewis). Los bloods, como se hacen llamar, quieren recuperar el cuerpo perdido de Norman (Chadwick Boseman).

Excepto que eso es no es la verdadera ni única razón.

Durante una misión, la escuadra fue enviada a rescatar un avión derribado en algún remoto lugar de la jungla vietnamita, donde encontraron una caja repleta de barras de oro, originalmente destinada para pagar la ayuda de soldados locales. Norman convenció el resto de enterrarla para recuperarla después, como pago al sacrificio de incontables soldados negros enviados a pelear por un país que rechaza tratarlos como igual – aun todavía, peor en aquellos tiempos.

Pero a cuatro décadas y media desde el fin de “la guerra americana”, como se le conoce en Vietnam, las cosas han cambiado drásticamente. “Tragedia más tiempo es igual a comedia” dice un refrán, y en la Saigón de hoy, Apocalypse Now es una divertida referencia en un club nocturno con un Dj tocando música ochentosa, viejos enemigos invitan tragos, y las muertes del pasado son estatuas en museos para turistas.

Spike no pierde tiempo en recordarnos como el ejército estadounidense usó los soldados negros como carne de cañón, y cuando Hollywood quiso presentar la era, siempre tuvo gente blanca al frente, fueran Rambo o Chuck Norris rescatando prisioneros imaginarios, o Martin Sheen sufriendo traumas de la guerra.

“Son el 11% de la sociedad pero aquí son el 33%”, decía Hanoi Hannah (Van Veronica Ngo), una personalidad radial de la época, famosa por su propaganda dirigida a soldados estadounidenses.

Y sin problema alguno, Lee presenta horrores de la era usando fotos y videos reales, sin disculpar un gobierno ni el otro (“ambos lados cometieron atrocidades” exclama Paul en un tenso momento) pero, dejando claro que al final las cicatrices son más allá que disparos o bombas, representadas en miradas rencorosas, y eternos resentimientos pasados de una generación a otra.

Más que reunión, el viaje se convierte en una catarsis para el grupo, a quien se le une David (Jonathan Majors), el hijo de Paul, intentando reparar la pésima relación con su padre. Los fantasmas del pasado adquieren más fuerza en los antiguos campos de batalla, donde los recuerdos se mezclan con el presente.

Esto hecho gracias a la decisión de Lee de usar los mismos actores en los tiempos de guerra que en el presente, usando trucos de cámara, sombras y maquillaje para ocultar la diferencia. O quizás una forma de decirnos que los traumas sigue pegados, sin nunca saber si los recuerdos son sueños, o los reviven al momento frente a nuestros ojos.

Especialmente Paul, cuyo síndrome de shock post-traumático parece ser el peor – afectando su vida, su salud física y mental, sin olvidar la pobre relación con su hijo. Lo que pudo ser un villano genérico en manos inferiores es, gracias a la genialidad de Lee, y la inmensa habilidad de Delroy Lindo, un humano manojo de nervios en carne viva, con rabia sorda surgiendo del vientre, apenas controlada, imposible de evitar, tan frustrado con ello el mismo como el resto. Es desgarrador ver los momentos en que su condición lo abruma hasta el punto de ebullición; sus terrores encerrándolo en un círculo de paranoia, sus ojos gritando por ayuda que no consigue pedir.

En sus dos horas y media, Da 5 Bloods da unos cuantos giros –especialmente durante el medio – que no trabajan tan bien como la actuación de Lindo pero, se recupera al final con un intenso tercer acto que da un resultado bien al estilo de Spike, recordándonos que la guerra racial que enfrenta Estados Unidos sigue presente destruyendo vidas.

A pesar de no ser su mejor película, Da 5 Bloods es una sólida añadidura a su carrera, y una excelente opción de Netflix. ¡Altamente recomendada!

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