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OPINiiON: Desde Disneylandia, Puerto Rico

Ya pasó, ya llegamos a la realidad… ya bajamos la diapasón. Mientras miles de seguidores regresan a sus casas ¿qué nos queda a nosotros del mensaje de Alejandro García Padilla? Algunos ya lo pintan como un cambio generacional y de inspiración para el País. ¿Inspiración para qué? Ciertamente es una cara nueva, un hombre joven con muy poca experiencia en la política. Es un abogado profesional, bien preparado, etc. ¿Y?O sea, ¿hasta cuándo vamos a quedarnos dormidos? Desde tiempos inmemoriales los políticos de este País nos han inundado con discursos para soñar. Llevamos décadas sumergidos. Sale uno, entra el otro, pero todos caen en lo mismo: Que el Gobierno no sirve, que tenemos que cambiar, que esto tiene que cambiar, que la salud, que la educación, que los empleos, que no botamos a nadie, que es culpa del otro, que es más de lo mismo.

No es por criticar el mensaje de García Padilla. De hecho, desde el punto de vista mediático-publicitario, para las masas, fue un mensaje bien estructurado. Estuvo cimentado sobre ese aura de grandeza y salvación a la cual nos tienen acostumbrados y siguió la línea Obamanística del sueño, del cambio del sueño y del cambio otra vez.

Pero no podemos quedarnos ahí. Hay que comer, hay que vivir, hay que crecer. Sin embargo, parecería que los partidos no aprenden esto. Los líderes políticos son productos, son meras mercancías ideológicas que están diseñadas para vender y beneficiar a unos pocos. Tan pocos, que rehúsan retirarse. No quieren cambiar y no dejan que fluya la evolución natural dentro de sus colectividades.

¿El resultado? Caras nuevas, viejos discursos.

Más allá de estos discursos, lo más que preocupa es la falta de líderes. Sí, ya sé, no todos los líderes están en los Partidos. Basta con mirar en la Universidad de Puerto Rico o en los residenciales públicos donde hay personas que quieren un mejor futuro para su prójimo. El problema, como bien lo dijo doña Sila María Calderón, es que hay que trabajar desde las mayorías fortalecidas y, por eso, evitan que esas personas con un liderato innato se inserten en las esferas de poder.

Ahora bien, si miramos con detenimiento lo que hay dentro de los Partidos, vemos que se repite la historia de mitad del siglo pasado.  Tomemos por ejemplo a Luis Fortuño. El actual gobernador se montó en la onda que Luis A Ferré utilizó en el 60 de que esto tenía que cambiar pero lo hizo con un mensaje sin sustancia, sin ideas y, sobre todo, sin un plan a largo plazo.  Antes, tuvimos Aníbal Acevedo Vilá, un político joven pero con experiencia, a quienle tocó vivir una era de gobierno compartido. Prometió consenso, pero terminó cayendo preso de lo mismo que sus  predecesores: las peleas de dimes y diretes. Más aun, quien más se asemejó a lo que está haciendo Alejandro García Padilla  fue Pedro Roselló González. Una cara nueva, con poca experiencia, que refrescaba el escenario político con su imagen, campañas vistosas y mensajes de sueños vacíos e ilusorios.

El problema es que se sigue replicando lo mismo. Y peor aún,  que el País sigue votando por lo mismo. Las tribus continúan fortaleciéndose cada vez más y las llamadas juventudes político-partidistas se insertan en las discusiones con la misma politiquería barata y asquerosa de la tiraera.

No hay sustancia, no hay debate y menos ideas nuevas. Basta con escuchar a la nueva generación participar en debates de discusión y parecería escuchar a Romero Barceló y a Hernández Agosto enredarse. Lo único que los diferencia es su juventud física y sus caras sin arrugas.

Puerto Rico echa para atrás, y lo hace a pasos agigantados. Más allá de los problemas económicos, sociales y educativos que imperan en nuestro País,  no tenemos líderes. No los hay, no hay visión y los que sí la tienen, son marginados.

Tenemos que dejar de soñar. ¡Rayos! Hemos estado viviendo en Disneylandia por 60 años. Ya es hora de forjar líderes que representen un cambio generacional real.  Las caras y mensajes bonitos venden productos, crean sueños y ganan elecciones; pero los comicios electorales son cada cuatro años.

El resto del tiempo hay que vivir… Vivir en la realidad.

Foto|envivopr.com

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